sábado, 13 de noviembre de 2010

PAUTAS PARA MANEJAR EL CONFLICTO EN LAS PAREJAS

Primera: No pelear para ganar.
Hay parejas que en la discusión hasta olvidan el motivo de la pelea. La pelea – en todo caso - es para resolver un problema, no para ganar o lograr más poder.

Segunda: Entender exactamente cual es problema.
No apresurarse, asegurarse primero de que efectivamente existe un problema.

Tercera: Hablar sobre el problema separándolo de la persona.
El problema no debe ser confundido con la persona. Un buen recurso es comenzar hablando en primera persona: “Yo pienso....”, “Yo creo.....”, “Yo lo veo de esta manera...”, y aprender a reconocer el punto de vista de “el otro” como una alternativa válida, aun cuando no se comparta. Este reconocimiento – lo saben muy bien los buenos negociadores - no significa ceder, ni someterse; significa adoptar en la discusión una posición favorable al encuentro de una coincidencia, de un objetivo común que satisfaga a la vez las necesidades de cada parte en conflicto. También ayuda reconocer las cosas positivas del otro y decírselas.
Saber escuchar implica eliminar de nuestra mente las interferencias psicológicas de la comunicación: prejuicios, deseos, recuerdos, etc. y además, mostrar interés genuino.

Cuarta: “No tirar la pelota (el problema) fuera de la cancha”.
Hay que hacerse cargo del problema antes de que se vuelva inmanejable. Basta que uno de los miembros de la pareja plantee un problema que involucra a ambos, para que éste sea un problema de la pareja. De ahí, que frases como “eso es cosa tuya, a mi no me incumbe” o “ es cosa de tu mamá”, dejan el problema sin resolver.

Quinta: Focalizar sobre un conflicto por vez.
Centrarse en el problema de ese momento. Sacar a relucir cosas no resueltas del pasado sólo dificultan la resolución.

Sexta: Cuando la discusión termina, perdonar y olvidar.
Los conflictos irreductibles se generan cuando un persona  adopta una posición rígida, descalifica a “el otro”, invalida lo que dice, ofende o hiere su sensibilidad. En este caso, por lo común subyacen rencores que habrá que sacar a la luz antes de continuar.

martes, 9 de noviembre de 2010

PORQUÉ EL PENSAMIENTO SISTÉMICO ES TAN IMPORTANTE PARA NUESTRA ÉPOCA Y PARA NUESTRA VIDA

El pensamiento sistémico es una cosmovisión, una manera de mirar el mundo de la cual todos y cada uno de nosotros podemos beneficiarnos.
Hoy vivimos en un mundo globalizado, interconectado, complejo y nuestra existencia transcurre en medio de interacciones cada vez más intrincadas, más rápidas. A menudo, nos sentimos impotentes, frustrados fuera de toda comprensión y nos convertimos en víctimas de lo que no comprendemos. Porqué ¿cada problema resuelto nos conduce a una nueva serie de problemas?, ¿las soluciones exitosas aplicadas ayer, hoy ya no nos sirven?, ¿las cosa que andan bien, de pronto se estropean?, ¿las propuestas sensatas creadas por una familia, producen efectos inesperados, no deseados? Estos y muchos otros interrogantes no encuentran respuesta desde las explicaciones tradicionales basadas en la causa y el efecto, en vano nos esforzamos buscando dónde estuvo el error para solucionarlo.
Vivimos en una época en la cual nuestras interacciones aumentan día a día y en la que se vuelve imprescindible ser concientes de que nuestros actos tienen consecuencias de largo alcance, que exceden lo inmediato.    
El pensamiento sistémico nos permite ir más allá de los sucesos aislados e independientes para descubrir las estructuras y los patrones de interacciones subyacentes que los producen. Al identificar esta red de interacciones que subyace a las situaciones en que estamos inmersos, crecen las posibilidades de influir sobre ellas y generar un cambio positivo. En otras palabras, cuando pensamos sistémicamente somos capaces identificar ciertas reglas, ciertos patrones y sucesos enlazados como para prepararnos y diseñar - en alguna medida - nuestro futuro. Dejamos de ser víctimas porque esta comprensión hace posible que modifiquemos nuestros actos y en consecuencia nuestras relaciones y el mundo que creamos con los otros.

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ENSAMBLANDO FAMILIAS

Sugerencias para las primeras etapas

1. Ten  expectativas realistas con respecto a cómo será la relación con los hijos/as de tu pareja

No esperes que los hijos/as de tu pareja te quieran de entrada, ni tampoco te reproches por no quererlos tú de inmediato. En cambio, respétalos y espera que te respeten, y  tu pareja debe ayudarte a lograrlo. Trata de tener en cuenta sus sentimientos aún cuando sean negativos con respecto a ti, al igual que sus preocupaciones y deseos. Los niños para aceptar a la nueva pareja del padre o de la madre deben superar primero fuertes sentimientos de lealtad hacia el otro progenitor.
El respeto es la base de las buenas relaciones.

2º. Acuerden juntos el manejo de la disciplina en el hogar

No asumas un rol disciplinario de entrada, no te apresures, tomate un tiempo, especialmente cuando hay niños/as mayores o adolescentes.
Las familias ensambladas se construyen “paso a paso”. Entonces, estratégicamente hasta tanto se desarrolle una relación con los hijos de tu pareja es conveniente que el progenitor encargue de la disciplina. Esto, no es así para siempre; sólo en las primeras etapas hasta que el niño/a esté preparado para aceptar al padrastro/madrastra como una figura de autoridad a quien debe obedecer.
En ausencia del progenitor, conviene que el nuevo miembro se ocupe de la disciplina como lo haría una tía o pariente amistoso, es decir un adulto a cargo de los niños con autoridad para hacer cumplir las reglas de la casa. Por ejemplo, si la regla es que el niño/a primero debe hacer los deberes y después mirar televisión, el padrastro o la madrastra le puede decir: “Tu papá (o mamá) y yo queremos que primero hagas los deberes y después mires la tele, y aunque ahora él (ella) no está, lo vamos a hacer de esa manera”.
Lentamente, y a medida que se fortalece el vínculo entre los niños y el nuevo miembro, éste irá asumiendo el rol disciplinario ayudado por sus pareja.

3º. Conversa sobre tu rol con tu pareja

Es importante que la nueva pareja haga acuerdos respecto a la crianza y que esos se acuerdos se cumplan.
A veces, las madrastras y los padrastros tienden a intervenir como “expertos” cuando su pareja atraviesa un momento difícil con sus hijos/as. Esto no ayuda a la integración familiar, es necesario que conversen y acuerden las reglas del hogar antes de ponerlas en práctica y sobre todo no discutirlas delante de los chicos. Los padrastros y las madrastras suelen ser más objetivos con respecto a la conducta de los chicos, pero el progenitor los conoce más.  Muchas veces, el nuevo miembro ve a su pareja como muy débil o permisiva y quiere hacer valer una disciplina más estricta. Sin embargo, en las primeras etapas, estas intervenciones son el origen se arduas discusiones y están condenadas al fracaso. Los progenitores acostumbrados a manejarse solos con sus hijos en el hogar después del divorcio, deben aprender a cederles a su nueva pareja un espacio en el trato con los niños y a escuchar sus opiniones;  aunque tengan un punto de vista diferente, pueden ser muy positivas. Por su parte, una actitud más comprensiva y menos crítica de los padrastros y madrastras, así como también saber escuchar el punto de vista del progenitor, generalmente más centrado en lo emocional, puede contribuir exitosamente a la educación de los niños y a la integración de la familia.  

4º. Favorece las relaciones “de a dos”.

Planear actividades “de a dos” - el padre o madre con cada hijo/a, la madrastra o el padrastro con cada hijastro - contribuye a construir y fortalecer las relaciones.
Aún cuando hacer cosas todos junto en familia es una buena idea, para las familias ensambladas es aún mejor - en las primeras etapas - realizar algunas actividades sólo “de a dos”: un corto paseo, ir de compras o a la cancha, mirar un programa en la tele, ir al supermercado, etc. Recordemos que los amigos se hacen en relaciones “de a dos”.

5º. Desarrolla empatía

La empatía es la posibilidad de ponerse en “la piel del otro”.
Comprender el “punto de vista del otro”, aunque no se lo comparta es esencial para el fortalecimiento del grupo familiar. Esto puede ser difícil para los miembros de una familia ensamblada porque vienen de contextos y experiencias diferentes. Hay que saber que la empatía no es una capacidad innata, sino que se trata de una habilidad que se aprende cuando se la ejercita (como aprender a nadar o a andar en bicicleta). Por ej., una madrastra puede empatizar con el dolor de su hijastra por la separación de sus padres y no tomar su enojo para con ella como algo personal. La empatía y el respeto son la base de las relaciones familiares saludables:

6º. Ten presente que un niño/a puede ser miembro de 2 hogares.

Los chicos que integran familias ensambladas, generalmente, son miembros de dos hogares. Son como las personas con doble ciudadanía: no les sucede nada malo, a menos que sus dos países estén guerra.
Para prevenir trastornos psicológicos y físicos en los niños/as es importante que en uno de sus hogares no se hable mal - delante de ellos - del otro progenitor. Si el otro progenitor lo hace, se le puede decir al niño: “Tu papá (o mamá) algunas veces dice cosas feas de mí, lamento que piense de ese modo, posiblemente con el tiempo cambie de actitud”.
Mientras no exista peligro para el niño tanto físico como mental, debe pasar parte de su tiempo con el progenitor con el cual no convive y esa relación debe ser apoyada.  
Además, no se los debe involucrar en los conflictos que mantienen los adultos. Tampoco, interrogarlos acerca de las actividades del otro progenitor o usarlos como mensajeros cuando se corta el diálogo entre sus ellos.
Los niños se adaptan muy bien a distintos ámbitos con reglas diferentes: el colegio, el club, la casa de algún amigo y de igual forma se pueden adaptar los dos hogares con reglas diferentes. Por ej, “en casa de tu mamá puedes mirar tele mientras comen, pero en esta casa no”.

7º. Alimenta la relación con tu pareja

La relación de pareja es la relación más nueva en la familia y por lo tanto, la más vulnerable.
Las parejas ensambladas con tantas obligaciones, a menudo se olvidan de si mismas.
Una de las razones principales por las que las parejas ensambladas se separan es por problemas con los hijastros/as. Para no convertirse en parte de esta estadística es importante alimentar especialmente la relación dedicándole tiempo, aprender a comunicarse adecuadamente, a negociar los conflictos de forma que ambos obtengan algo de lo que desean, a empatizar, a planificar y otras habilidades que fortalecen la pareja y a la vez, ayudan a a recorrer este camino de ensamblaje con mayor armonía y a crear un entorno saludable para los adultos, los niños y adolescentes en el hogar.

Dra. Dora Davison

FAMILIAS ENSAMBLADAS, RECONSTITUIDAS, RECONSTRUIDAS...



INTRODUCCIÓN

Familias ensambladas, re-constituidas, re-construidas, re-organizadas, re-compuestas, amalgamadas, mezcladas, mixtas o familiastras son todas nominaciones con las que se designa, en idioma español, al tipo de organización familiar que se constituye a partir del segundo o ulterior matrimonio o unión de hecho de un progenitor.

Esta forma de familia está precedida por la muerte del cónyuge, por una separación o divorcio, y la presencia de hijos previos a la conformación de la pareja es su distintivo  principal. Hasta mediados del siglo pasado, tenían su origen en la viudez y nueva unión conyugal de un progenitor, pero con el incremento de separaciones y divorcios acaecidos en las últimas décadas, ha crecido notablemente el número de personas con hijos que se vuelve a casar o simplemente a convivir en pareja.

Contrariamente a lo que se pensaba con anterioridad a las primeras investigaciones confiables - que tuvieron lugar en USA allá por los años ’70 - hoy sabemos que cuando sus pautas de funcionamientos son acordes a su estructura particular, resultan perfectamente viables para el crecimiento y desarrollo saludable de todos sus miembros incluídos los niños que las integran. En otras palabras, se trata de una forma de familia cuya estructura y dinámica difiere de la familia tradicional.


ACERCA DE LA DENOMINACIÓN

A pesar de contar con una identidad propia, en la mayoría de países carecen de nombre propio. La importancia que tiene designar una familia con un nombre propio reside en que, no sólo le confiere identidad, sino que además, establece quienes pertenecen a ella – parientes – y quienes no. Éste no es un tema menor, ya que identidad y pertenencia son necesidades básicas del ser humano.
En la mayoría de los países de habla hispana, a excepción de la Argentina  dónde se las conoce como “familias ensambladas”, y de México, como “familias de segunda vuelta”, no poseen un nombre específico. Como señalábamos más arriba, se habla de familias “re-compuestas”, “re-constituidas”, “re-construidas”, “re-organizadas”, etc. términos dónde el prefijo “re” pareciera indicar algo que se recompuso luego de haberse roto o destruido. De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el prefijo “re” hace referencia a “reintegración” o “repetición”, de modo que “reconstituir” quiere decir “volver a constituir” o re-hacer”; “re- componer” significa “volver a componer”. Sin embargo de ninguna manera, la nueva familia es una re-composición, una reparación o un arreglo de la anterior.
Todas estas nominaciones, indudablemente, encierran una connotación  peyorativa: nada que se haya roto y luego recompuesto podrá ser tan bueno como antes de romperse. Por su parte, el término “amalgamada”, tampoco es muy feliz y confunde, ya que en una amalgama los componentes se mezclan y diluyen entre sí. “Familiastra”, no escapa a las generales de la ley, ya que el sufijo “astra”, según lo establece el mencionado diccionario imprime un carácter despectivo a cualquier palabra al entrar en su composición.  

En lengua sajona se usa un término preciso para su designación: stepfamily, palabra compuesta por step + family, para la cual no existe traducción literal al idioma español. El prefijo “step” tiene una doble acepción: por un lado, proviene de “steop” (inglés antiguo) y que significa huérfano, desamparado, y por otro, en su connotación más moderna, significa “paso”.

En la Argentina se ha popularizado el nombre “familias ensambladas”. Ensamble es una palabra proveniente de la ingeniería y alude al resultado de la unión, encaje, o más precisamente, del ensamble de piezas de distinto origen, cuyo resultado configura una unidad nueva y diferente de aquellas que le dieron nacimiento, a la vez, que conserva en este proceso su forma anterior. Pensemos en el ensamble de las piezas de un automóvil. Hay quienes prefieren asociar la palabra ensamble con una metáfora musical. Los ensambles son obras musicales escritas para un grupo de solistas y aquí el término hace referencia tanto al conjunto musical, como al  grado de coherencia en la ejecución de la obra.

Para más precisión, puede leerse en un pie de página en la obra “Familias Ensambladas”[1], de las Doctoras Cecilia Grosman e Irene Martinez Alcorta: “En las III y IV Jornadas Interdisciplinarias de Familia realizadas en Morón en 1993 y 1995, una de las comisiones de estas reuniones científicas trabajó sobre la “familia ensamblada”, presentándose numerosas ponencias sobre el tema. El X Congreso Internacional de Derecho de Familia realizado en Mendoza, Argentina, 1998, recomendó el uso de la denominación “familia ensamblada”, como una “categoría sociológica que tiene como finalidad encuadrar el objeto de estudio y promover su visibilidad en el ámbito institucional y científico”. También en la doctrina ya se emplea la misma designación, mencionando a título informativo el trabajo de la Dra. María Josefa Méndez Costa: Alimentos y familia ensamblada, Rev. “L.L., 1996, p.466

De modo, que al hablar de  familia ensamblada, queda claro que no nos referimos a la mera suma de miembros provenientes de dos o más familias anteriores que aportan niños a la nueva familia, sino que más bien, nos referimos a una configuración familiar específica con roles y reglas propias. Por Ejemplo, no es lo mismos ser padre o madre en una familia ensamblada, que ser padre o madre en una familia nuclear. Las relaciones en la primera no ocurren espontáneamente como sucede en la familia tradicional. En las primeras etapas por las que transita una familia ensamblada sólo el padre o madre ejercerá el rol disciplinario y el nuevo miembro deberá desarrollar primero un vínculo con los hijos de su pareja antes de asumir dicho rol, debiendo contar para ello con el apoyo explícito de su cónyuge. Por su parte, los niños antes de aceptarlo/a deberán superar fuertes sentimientos de traición hacia el progenitor del mismo sexo del recién llegado/a.


LOS VÍNCULOS

Como se puede apreciar, el lenguaje juega un papel preponderante en la construcción simbólica de ésta (o cualquier) familia. A la hora de atribuir a cada miembro, el nombre originado en el vínculo entre un integrante de la pareja y los hijos e hijas del otro, las cosas no son más felices. Se llama “padrastro” al marido de la madre y “madrastra” a la esposa del padre, nombres que arrastran una connotación malévola desde hace siglos. En una encuesta realizada por la Fundación Familias Siglo XXI de Buenos Aires, entre niños de alrededor de 10 años, hijos de padres separados, se les preguntaba: “¿Tu papá (o mamá) se volvió a casar?” y cuando la respuesta era afirmativa, se le preguntaba: “¿Tenés madrastra (o padrastro)?” y la respuesta sistemática era: “No”.

El estereotipo estigmatizante
Cuenta la leyenda que cada vez que la madrastra de Blancanieves se miraba al espejito mágico, le preguntaba: "Espejito, espejito, ¿hay en el reino alguna otra mas bella que yo...? y la madrastra recibía la consabida respuesta: “Tú eres, la más hermosa de todas las mujeres”. Pero, cuando su hijastra cumplió los 15 años, el espejo le respondió: “La más bella de todas es Blancanieves”. Entonces, la reina montó en cólera y llena de ira y de envidia, ordenó a un cazador llevar a Blancanieves al bosque, matarla y como prueba de haber cumplido con su encargo, debía llevarle en un cofre su corazón. ¡Realmente estremecedor!
“Blancanieves y los siete enanitos”, “Cenicienta”, “Hansel y Gretel” y otras historias - en su origen de transmisión oral - sobre madrastras y padrastros, fueron recogidas por los hermanos Grimm y volcadas en versión escrita en 1812; luego ampliadas en 1857 bajo el título de Cuentos de Hadas. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y ya nadie cree en los cuentos de Hadas... Sin embargo, pareciera que aún hoy, se creyera en la maldad innata de las madrastras y los padrastros.

Por su parte, la palabra padrastro deriva del latín “patraster” despectivo de padre. En sentido figurado significa “mal padre”, “estorbo”, y también se denomina así, al pequeño pellejo que se levanta en la carne inmediata a las uñas de las manos causando agudo dolor.
Como ocurre con las madrastras, los cuentos han presentado a esta figura como un ser malvado y sin ningún sentimiento de amor filial. Históricamente, los padrastros representaban una amenaza que ponía en peligro los bienes heredados por los hijos del primer matrimonio.

La Dra. Margorie Engel señala en un artículo publicado en Family Law (2005):

 “Irónicamente, la cruda realidad es que en los cuentos de los hermanos Grimm originalmente los padres eran los personajes malvados y no los padrastros o madrastras. La historia de Hansel y Gretel comienza como un cuento sobre la maldad paterna. Ya para la cuarta edición de Nursery and Household Tales de los hermanos Grimm, se excusa al padre por abandonar a los niños y la madre abusiva se convierte en una increíblemente malvada madrastra, en el papel de la villana. En la primera edición de Blancanieves, es la madre quien quiere deshacerse de ella, y en la segunda edición, la Reina Madre se transforma en una madrastra sexualmente rival, con su espejito mágico.
Originariamente, estas historias eran narradas oralmente por y para adultos; éstos y otros cuentos sorprendentemente devinieron en cuentos para niños. La sociedad no apoyaba la idea de representar en los cuentos a los progenitores como seres malvados, lo que llevó a los editores a cambiar raudamente por una versión más comercial. Las malvadas madrastras se consideraban más apetecibles que las crueles madres, y ahora, muchos años después, las familias ensambladas deben padecer leyes con consecuencias impensables.
Podría ser inmensamente útil para las madrastras recodar que Märchen, término alemán para cuento, implica una historia buena y una mentira convincente”.

Lo cierto es que el estereotipo reinante hasta nuestros días, presenta a las madrastras y a los padrastros como seres crueles e indeseables. Los vínculos madrastra e hijastros/as - padrastro e hijastros/as son el eje alrededor del cual se conforma la familia ensamblada. Una mirada al contexto en el cual nace y perdura el mito, da cuenta que éste es el corolario de una ideología social que propugna el ideal normativo familia nuclear (padres e hijos) como la única forma válida de familia. De modo que, cualquier configuración familiar que se aleje del mismo, es objeto de recelo o no es considerada “una verdadera” familia. Resulta claro, entonces, que el estereotipo estigmatizante de la “madrastra cruel” al igual que el del “padrastro cruel”, no hacen otra cosa que sostener a la familia nuclear como la única familia socialmente válida y aceptable.

Cotidianamente en la vida familiar, las madrastras y los padrastros son llamados por su nombre o bien mediante frases en las cuales se mediatiza el vínculo a través de la figura del progenitor: “la esposa de mi papá” o “el esposo de mi mamá”, eludiendo la relación directa.
La forma en que se designa a una persona de nuestro entorno, la ubica dentro de la familia o como ajena a la misma y ello tiene un profundo significado para la construcción de los vínculos y la familia. Madrastra y padrastro, a pesar de su mala reputación, son nominaciones que permiten el uso del posesivo “mi”: “mi madrastra”, “mi padrastro”, al igual que: “mi mamá”, “mi papá”, “mi tío”, “mi abuela”, “mi familia”, etc.

En el ámbito jurídico - en la Argentina - se usa la el término “afín” para designar el parentesco que une a cada uno de los cónyuges con los parientes consanguíneos del otro. Es decir, es el matrimonio el que determina el lazo de parentesco y en este marco el padrastro recibe la denominación de “padre afín”; “madre afín”, la madrastra e “hijos afines”, los hijastros, existiendo entre estos miembros derechos y obligaciones recíprocas que estipula la ley en razón de su parentesco. En la familia ensamblada, los parientes de unos pueden no serlo de otros, por Ej., los hermanastros son parientes del esposo de la madre o de la esposa del padre, pero no lo son entre sí. Esta terminología jurídica permite el uso del posesivo “mi”, pero cuenta con el inconveniente de ser poco conocida fuera del ámbito del Derecho.

CONCLUSIONES: La falta de un nombre propio sumado a las connotaciones peyorativas subyacentes a las denominaciones con que se designa a estas familias y a los vínculos redunda – desde el punto de vista psicológico – en una disminución de la autoestima de sus miembros, especialmente de los niños y adolescentes que las integran. 
Si bien, el sufijo astro añade un significado despectivo a los nombres en cuya formación interviene, padrastro, madrastra e hijastro/a o hermanastro/a afortunadamente van perdiendo su carga emocional negativa en forma paralela a la aceptación con que la sociedad va integrando a las familias ensambladas en su entramado como otra forma habitual de familia.
Hoy podríamos aseverar: ¡Madrastras y padrastros, eran los de antes!
Dra. Dora Davison


[1] Familias Ensambladas. Ed. Universidad, Buenos Aires, 2000, p.34.


¿LA FAMILIA? o ¿LAS FAMILIAS?

El uso de la palabra “familia”, de raíz osca - antiguo pueblo de Italia  - se usó en sus orígenes para designar a la servidumbre (famulus). A mediados del siglo XV, su significado se amplió para denominar a todos los integrantes de la casa, incluidos los esclavos, las mujeres cautivas y la descendencia engendrada por el amo. El vínculo de unión más importante que los unía era una especie de convenio tácito de lealtad y protección. No obstante, el señor de la casa disponía de la vida y de los bienes de sus miembros - el patrimonio - de manera que acrecentarlo era un signo de riqueza y poder. A  medida que transcurrió el tiempo, esta familia patriarcal fue evolucionando lenta y paulatinamente hacia formas más actuales.

La familia del medioevo estaba constituida por parientes consanguíneos y políticos que vivían en agrupaciones intergeneracionales, conformando una unidad económica de producción. Compartían techo y trabajo, realizaban conjuntamente tareas agrícolas y artesanales bajo la conducción del “jefe de familia”. Las mujeres se encargaban de las tareas domésticas y de otras, destinadas a mantener el sistema social. La transmisión de los valores, el culto, la educación de los hijos, el cuidado de los enfermos y de los ancianos eran funciones propias de la familia. Esta configuración familiar, se observaba tanto en  la “familia extensa” de la Europa Occidental, como en  la “familia colectiva” de la India o la “zadruga” de los Balcanes.

Los matrimonios se concertaban “por conveniencia” con el propósito de aunar propiedades, preservar y transmitir el patrimonio y continuar el linaje. La falta de amor entre los esposos no era un tema a tener en cuenta, ni un impedimento para la convivencia; naturalmente, la constitución de la familia a los fines propuestos, no podía quedar librada a los sentimientos personales. Los hijos eran propiedad del padre y su crianza estaba a cargo de nodrizas y de la red de parientes. La jerarquía social de las personas se basaba en el status familiar y la posición social de la mujer, en el matrimonio.

En el Siglo XVII con el advenimiento de la Revolución Industrial se produjeron grandes cambios sociales. Toda la sociedad en su conjunto fue trasformada por el impacto de las nuevas tecnologías y por supuesto, la estructura familiar y sus valores, no permaneció ajena a los mismos. No podía ser de otra manera, ambas  - sociedad y familia - conforman un todo acompasado: como ocurre en los hologramas, la familia está contenida en la sociedad de la cual forma parte y  la sociedad está presente en las familias que la constituyen.

La industrialización y la urbanización, condujeron a la desintegración de los estados feudales. La producción se desplazó del campo a las ciudades y del ámbito doméstico a las fábricas. El sistema exigió trabajadores que se trasladaran hacia las nuevas fuentes de trabajo – las fábricas - y la familia extensa del medioevo no tuvo más alternativa que hacerse más pequeña y móvil.

Al respecto dice Alvin Toffler: “Agobiadas bajo la carga de parientes ancianos, enfermos, incapacitados y gran número de hijos, la familia extensa era cualquier cosa menos móvil. Por tanto, empezó a cambiar gradual y dolorosamente la estructura familiar. Desgarradas por la inmigración a las ciudades, vapuleadas por las tempestades económicas, las familias se deshicieron de parientes indeseados, se hicieron más pequeñas, más móviles y más adecuadas a la nueva tecnósfera”.

Fue así que la base material de la subsistencia dejó de ser la tierra y pasó a ser la venta de fuerza laboral. El trabajo se separó del ámbito familiar y la convivencia cotidiana entre parientes se perdió. Para el nuevo sistema de producción la unidad relevante fue el individuo y dejó de ser la familia.
Inmersas en este estado de cosas, las personas perdieron el marco de referencia tradicional que guiaba su conducta. Se cuestionaron las costumbres, las creencias y los valores, y el orden social preestablecido poco a poco fue sustituido por otro más acorde a los nuevos tiempos.
Las funciones tradicionales de la familia sufrieron los efectos desestabilizadores del cambio. Ante la incapacidad material para cumplir con ellas, debieron ser delegadas: la producción de bienes se trasladó a las fábricas, la transmisión del culto a las iglesias, la educación de los hijos a las escuelas, el cuidado de los enfermos a los hospitales y el de los ancianos a los asilos. La familia, en tanto centro de poder, delegó las decisiones políticas en el estado, incluso la distribución del poder dentro de su mismo seno se vio afectada: paulatina y penosamente la legitimidad de la autoridad familiar centrada en el esposo-padre y mediador con el mundo externo, fue corroída. Más exactamente, el punto de inflexión a partir del cual comenzó a resquebrajarse el estilo de vida patriarcal, tuvo lugar cuando los jóvenes solteros – con o sin la bendición paterna - abandonaron sus hogares para instalarse en las ciudades, en pos de mejores oportunidades de trabajo. Al mismo tiempo, los valores se centraron en el desarrollo de la autonomía y la toma de decisiones. Cada integrante de la familia se volcó hacia sus propios intereses y los enfrentamientos intergeneracionales ocurrieron más temprano.

Pasados los tiempos de desconcierto y caos, la nueva sociedad industrial se estabilizó. Poco tenía que ver con la sociedad que había quedado atrás. La familia con su dinámica, atributos y funciones, tampoco era igual a la familia medieval: la pequeña familia nuclear formada por los cónyuges y sus hijos, se consolidó como el modelo ideal de familia de los países industrializados.
El casamiento por amor se popularizó, el apoyo mutuo de los esposos y la crianza exitosa de los hijos devino en una fuente de autoestima y valoración personal. Al respecto, dice Virginia Satir: “cuando la gente se sintió como ‘nada’, estuvo más necesitada de ser ‘todo’ para alguien”.
Más recientemente, después de las dos guerras mundiales, formar una familia y brindarles a los hijos, lo que los padres nunca tuvieron, se convirtió en un anhelo y un deber.

El proceso de independencia y reconocimiento de los derechos de la mujer se  inició más tardíamente, hacia fines del siglo XIX. Sin embargo, hasta entrada la segunda mitad del siglo XX, la realización personal de las mujeres se limitaba a contraer matrimonio con un buen partido, procrear y dedicarse al cuidado de la familia y del hogar. Ellas eran educadas para considerar su futuro en relación a: ¿con quién me casaré? y no a: ¿qué quiero hacer en mi vida? Su destino estaba escrito. En cambio, la vida pública estaba reservada para los hombres. Si, la armonía de los vínculos familiares era responsabilidad de la mujer, era deber del hombre – jefe de familia - proveer el sustento y el bienestar económico. La imagen de  familia en el colectivo social mostraba al hombre en su rol de proveedor económico y a la mujer en su rol de madre nutriente y ama de casa. Así era el orden preestablecido e incuestionable, lo fue por muchos años y aún lo continúa siendo para muchas personas.

Hacia mediados de los años ‘60 y principios de los ’70 se iniciaron en Inglaterra y EEUU nuevos cambios a nivel de la estructura familiar, que luego se extendieron a los demás países de occidente. El eje en torno al cual giró la transformación de la vida familiar fue la evolución de la situación de la mujer en la sociedad, debido fundamentalmente a su ingreso masivo al mercado laboral y a la invención de la píldora anticonceptiva.
El primero de los ejes estuvo relacionado con los avatares económicos de la época que condujeron a que los hombres se quedaran sin la certeza de poder mantener con un único ingreso el nivel de vida propio de las clases media y trabajadora. El segundo le posibilitó a la mujer decidir cuándo y cuántos hijos tener.

Progresivamente, a medida que las mujeres ingresaban al mercado laboral, ganaban en autonomía e independencia y como corolario, la estricta división del trabajo basada en el género se flexibilizó. El estereotipo mujer-nutriente / hombre-proveedor, perdió vigencia dando paso a hogares en los que ambos cónyuges aportan con su trabajo al presupuesto familiar y ambos realizan tareas domésticas. Pero, todavía en la década del ’60, si ellas tenían un trabajo remunerado, lo abandonaban al contraer matrimonio o esperaban continuar en él, al menos un tiempo, antes de la llegada de los hijos.
A  medida que ambos cónyuges se constituían en proveedores económicos del hogar, la especialización en las tareas domésticas perdía su sentido práctico. Por la misma circunstancia, la estricta diferenciación de roles paterno y materno se volvió menos eficiente para el cuidado de los hijos, y la autoridad paterna en cabeza del jefe de familia se transfirió a la autoridad parental en cabeza de ambos progenitores.

Entre 1965 y 1995, los jóvenes de la clase trabajadora empezaron a considerar otras opciones antes de casarse, mientras que en la clase media, los varones extendían sus carreras académicas y las mujeres optaban por profesiones no habituales para ellas como medicina o ingeniería.

La reducción de la fecundidad, la mayor esperanza de vida, la concentración  de los embarazos en las primeras etapas de la unión conyugal, la expansión de los servicios sociales dedicados al cuidado de los niños y los avances en la tecnología doméstica, redundaron en un aumento del tiempo que ellas disponen para tareas no domésticas. Por otra parte, su creciente independencia económica y su progresiva participación en la vida pública, amplió su margen de negociación en lo que respecta a sus derechos y responsabilidades. Como bien señala Catalina Wainerman, “el cambio de valores culturales que supone esta transformación es gigantesco”. Las nuevas generaciones de hombres y mujeres han hecho cambios sustanciales en relación a la generación de sus padres, ni qué decir respecto a sus abuelos. Sin embargo, en lo que respecta a las tareas domésticas, la participación de los hombres se mantiene en el plano de “yo te ayudo”, más que en el de un verdadero compromiso.

El nuevo ordenamiento ha originado bastante desorientación en las relaciones de pareja. En un artículo publicado en un diario de Buenos Aires, la periodista Norma Morandini señala: “... esta participación femenina en la vida pública impactó sobre la familia dónde los roles se han ido redefiniendo sobre la marcha con más contradicciones que decisiones, con más culpas que felicidad”.

No es posible tratar las transformaciones de la estructura familiar, sin entrar en el agitado debate público acerca de los valores familiares y sociales. Hay quienes ven en la pérdida del ideal normativo de la familia tradicional, la desacralización del matrimonio y el alejamiento de la mujer de la esfera exclusiva de las tareas domésticas, un peligro para la estabilidad social. Es interesante destacar que cuando la familia nuclear entraba en su apogeo, muchos analistas de la época lamentaban la desaparición de la familia extensa y temían que la familia nuclear se alejara de la red de parientes. Quienes así pensaban, algo de razón tenían pero, lo anecdótico lo proporciona el hecho de que esta forma de familia, tan resistida en un principio, fuera luego idealizada y sobre valorada como para crear una fuerte oposición a cualquier otra configuración que se aleje de la misma.

El cambio en las creencias y costumbres comenzó en las clases más bajas para extenderse luego a otros estratos de la sociedad. La pérdida del ideal normativo, es el resultado de un complejo proceso a través del cual, como señala Frank Furstemberg, “el modelo nuclear se volvió cada vez más inalcanzable, no tanto porque se creyera menos en él, sino porque para una porción creciente de la población resultaba cada vez más difícil ajustarse a las normas de comportamiento esperadas”.
En la misma línea interpretativa, Gerson indica que: Los individuos comienzan a reconsiderar sus opciones cuando las viejas soluciones se tornan inviables y la tolerancia hacia otras alternativas crece a medida que más individuos adoptan nuevos comportamientos”.
H. Rodman, desarrolla una perspectiva interesante al observar que la pérdida del patrón familia nuclear, se corresponde con una ampliación de los valores sociales dominantes de una época, acompañada por un debilitamiento de las sanciones a su trasgresión. La combinación de ambas tendencias conduce a que cada vez, más personas “consideren la posibilidad de comportarse de forma inaceptable hasta ese momento”, hasta que finalmente el nuevo comportamiento queda incorporado en la sociedad.
No era que antes la gente no mantuviera relaciones sexuales fuera del matrimonio, que no tuviera hijos extramatrimoniales, o que las parejas no conviviera sin estar casados, ocurría que todo esto estaba mal visto socialmente y cuando tomaba conocimiento público provocaba ¡un escándalo social!

Paralelamente a estos sucesos, aumentaban las exigencias en torno a la calidad de la vida matrimonial en lo que se refiere al logro de una mayor intimidad, mayor gratificación emocional y sexual, y una distribución más equitativa de las tareas. Otros, como señala Andrew Cherlin, empezaron a mirar el matrimonio con recelo y “la convivencia sin casamiento se convirtió para muchos en una alternativa a la unión matrimonial temprana, y para otros, una opción al propio matrimonio”.

Así fue que, el ideal de familia nuclear cimentado en un matrimonio sólido y duradero se hizo cada vez más difícil de sostener y poco a poco, el matrimonio institución... “empezó a perder su atractivo como forma de estructurar las relaciones entre hombres y mujeres” (Frank Furstenberg Jr.)

En forma paralela trepó el número de divorcios, para disminuir en los últimos años o al menos estabilizarse, debido a la disminución de las uniones matrimoniales. Las uniones de hecho, los divorcios y las monogamias sucesivas terminaron por instalarse, junto a la familia tradicional, como parte habitual del panorama de la vida familiar.

Indudablemente hoy, vivimos una época de cambios profundos. Estamos inmersos en un shok de transformaciones aceleradas que alteran una y otra vez nuestra vida cotidiana. Se transforman nuestros espacios físicos, nuestros tiempos, los objetos que usamos a diario, las distancias desaparecen en este mundo globalizado, cambia el medio ambiente, los valores, significados y costumbres, y aún verdades científicas que creíamos eternas. Las oscilaciones entre los períodos de cambio y de estabilidad se suceden rápidamente y en esa sucesión, son más los momentos de cambio que los de estabilidad.
La familia lejos de permanecer inmutable se modifica una y otra vez, para adaptarse a los nuevos tiempos y trascender. A partir del último tercio del siglo XX, la velocidad con que ocurren estas transformaciones es tan vertiginosa que no da respiro. Ninguna época exceptuando tiempos de guerra, ha presenciado variaciones tan rápidas en la configuración de los hogares y en el comportamiento de las familias. No es de extrañar entonces, que en nuestras sociedades no encontremos una forma única, sino más bien en una diversificación de las estructuras familiares. A la familia nuclear, le llevó más de cien años alcanzar la estabilidad, después de su nacimiento en plena Revolución Industrial y recientemente, en apenas algo más de tres décadas, perdió su preponderancia abriendo paso a una creciente diversidad de formas y estilos de vida familiar, objeto de innumerables trabajos y acaloradas controversias.

Al lado de la familia nuclear tradicional, comenzaron a cobrar relevancia numérica y social las familias binucleares, constituidas a partir de la separación o divorcio; las familias ensambladas, producto del nuevo matrimonio de un progenitor; hogares monoparentales, con un sólo progenitor a cargo. Más recientemente, en virtud de los avances tecnológicos, aumentó el número de familias con hijos engendrados por fecundación asistida. En algunos países, y recientemente en el nuestro, ha sido legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo, incluida la adopción de niños por parte de las mismas.

Las familias de hoy son diferentes a las de ayer, en más de un sentido. Mucha agua ha corrido bajo el puente y actualmente la familia tiende a pensarse más que como una institución, como un conjunto de vínculos más o menos estrechos o lejanos, que implican algunos derechos y obligaciones, más bien opcionales cuando se trata de la familia extensa.

Desde la perspectiva psicológica, la falta de reconocimiento social y validación de las familias no tradicionales, conduce a que los niños pertenecientes a esas familias crezcan en medio de sentimientos negativos respecto a si mismos y sufran las consecuencias que de esto se derivan.

Esta variedad de configuraciones, condujo a que muchos especialistas consideren más apropiado hablar de familias en plural, en vez de utilizar el vocablo en singular, debido a que el primero refleja con mayor precisión la realidad social de nuestra época. Sin embargo, a pesar de esta realidad que nos circunda, continúa el debate acerca de qué constituye una familia. Las discrepancias, lejos de limitarse a meras especulaciones teóricas como podría suponerse, tienen importantes y concretas repercusiones en el psiquismo de las personas, en el campo del Derecho de Familia, en la implementación de Políticas Públicas.

Dra. Dora Davison