lunes, 22 de abril de 2013

DÍA MUNDIAL DE LA TIERRA




El 22 de abril de 1970 fue proclamado por primera vez - en USA - el Día Internacional de la Tierra, hábitat natural de nosotros los humanos, animales y plantas. Esta proclama dio lugar a la creación la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Dos años después, en la Conferencia de Estocolmo, los gobiernos del mundo dialogaron, por primera vez, sobre la situación del medio ambiente. 


Quizás, hoy valga la pena recordar el camino transitado por la ciencia para comprender que la estrecha relación existente entre nosotros y la Gaía, la Gea, la Pachamama o simplemente, la Tierra está muy lejos de ser una idea romántica. 

En la antigua Grecia, el universo era concebido como una totalidad orgánica, cuya característica principal era la interdependencia entre los fenómenos físicos y espirituales; el hombre era parte de esa totalidad, parte de la naturaleza y su vida transcurría en armonía con la misma. Para Aristóteles, “el todo es más que la suma de sus partes”, concepto luego olvidado que cobraría nuevo protagonismo a mediados del Siglo XX con la Teoría General de los Sistemas: “el todo es diferente a la suma de sus partes”. Hoy, ya no podemos desconocer que la Tierra y todos sus ecosistemas constituyen una totalidad organizada cuyas partes se interrelacionan entre sí de modo tal, que cualquier acción sobre una de ellas repercute en las demás.


Con el advenimiento de la Edad Moderna, la ciencia dio un giro espectacular y abandonó los postulados totalizadores de la metafísica. Galileo, Descartes y Newton encontraron en la sociedad europea un terreno propicio que les permitió sustituir las explicaciones aristotélicas, basada en el mundo organizado de los seres vivos, por una concepción mecanicista basada en el mundo de los astros y las máquinas. El cambio, la evolución, la transformación eran sólo meras apariencias circunstanciales de una realidad mecánica e inmutable. Se excluyeron las diferencias y la diversidad, los límites entre disciplinas se erigieron como infranqueables, el sujeto fue definido como una esencia absoluta y reinó el determinismo sin cabida para el azar. Al pensamiento cartesiano sólo le interesaban las idealizaciones matemáticas, y el mundo separado y distanciado de la naturaleza fue privado de su encantamiento para recuperarlo sólo siglos después gracias a las investigaciones del premio Nobel Ilya Prigogine.  

El nuevo conocimiento de la modernidad no era desinteresado. La sociedad europea de la época - empresarial y comercial - estaba apta para aceptar el desarrollo dinámico e innovador que le proponía la ciencia moderna a través, no sólo de sus nuevos postulados sino también a través de la oportunidad que le brindaba la invención de nuevos instrumentos. El telescopio de Galileo permitía avistar las naves enemigas dos horas antes que a simple vista. La brújula, la imprenta, la pólvora, contribuyeron a desestabilizar la sociedad medieval y a introducir a Europa en la Edad Moderna.
Este modelo general fue válido tanto para pensar el mundo físico, como para el lenguaje y los conceptos, y todavía lo sigue siendo en muchos aspectos de la ciencia y de nuestra vida cotidiana. 


 Hacia mediados del Siglo XX, a la comunidad científica no se le escapaba que las tesis del pensamiento moderno, se tornaban cada vez más problemáticas. Fue así, que ante el avance de la ciencia y de la tecnología se volvía cada vez más imperioso desarrollar una teoría general de la organización. El biólogo austríaco Ludwig Von Bertalanffy daba a conocer su “Teoría General de Sistemas” (T.G.S.) que vino a responder, al menos en gran parte, los interrogantes planteados. Concibió una explicación de la vida y de la naturaleza desde la biología, en términos de un sistema complejo sujeto a interacciones y dinámicas, que luego se extendió a la comprensión de los sistemas sociales.

Nuevas y revolucionarias disciplinas como la Cibernética, la Teoría de los Juegos, la Teoría de la Información y la Teoría de la Decisión, cuyos principios convergían entre sí, contribuyeron al desarrollo de un nuevo paradigma. Este nuevo paradigma se alejó de los modelos lineales de la modernidad e hizo posible comenzar a pensar en términos de organización, retro-alimentación, direccionalidad hacia una meta pre-establecida, mantenimiento y cambio. 

La ciencia y la filosofía debieron incorporar en sus tramas teóricas modelos no lineales para explicar y dar fundamento a gran número de fenómenos hasta ese momento dejados de lado. Paulatinamente, las concepciones estáticas fueron cediendo paso a las concepciones evolutivas y transformadoras de la naturaleza viviente. Hacia los años ’80, Ilya Prigogine, abrió las puertas de un universo donde nada está absolutamente determinado y en el cual el azar y la necesidad se conjugan en pos de la creatividad de nuevas organizaciones. 

Prigogine sostiene la emergencia en nuestro tiempo, de una “Nueva Alianza”, diferente a aquella otra postulada por los griegos, pero alianza al fin: “la ciencia desarrolla un nuevo mensaje que trata de la interacción del hombre con la naturaleza, así como de la interacción de los hombres entre sí”… “Todo lo que hace una unidad repercute sobre el sistema global y viceversa”… “La ciencia hoy ha reintegrado al hombre al universo que describe y a la cultura a que pertenece”... “Ha llegado el tiempo de nuevas alianzas: hombre y naturaleza, ciencia y creatividad, orden y desorden, azar y necesidad”.
Dice Denis Najmanovich: “sus aportes en la búsqueda de un nuevo paradigma... abrió las puertas de la ciencia al estudio de la complejidad y del tiempo..., a la integración con otras disciplinas... que nos ayuden a componer una imagen más armónica de la naturaleza y del hombre como parte integrante de ella”.  


La Declaración de Río de 1992 converge con el punto al que hemos arribado en ciencia, al recomendar promover la armonía con la naturaleza y la Tierra a fin de alcanzar un justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras. A pesar de ello, los problemas ambientales se han profundizado fruto del “desarrollo” y nos preocupa. Pero al mismo tiempo, hoy es un día de esperanza para muchos de nosotros, porque innumerables personas en el planeta reflexionan sobre la realidad global y deciden con su accionar asumir el discurso de la preservación del Planeta: clasifican la basura, siembran árboles, cuidan los animales y las flores, utilizan bolsas reusables, prefieren no tener equipos de aire acondicionado y buscan alternativas energéticas amigables, contribuyen a la fe en que las cosas cambien por el bienestar colectivo de presentes y futuras generaciones, se interesan por las aguas, compran solo lo necesario y se manifiestan cuando hay algún ecosistema en peligro. Y aún, cuando los esfuerzos de ciudadanos comunes no tengan el impacto prometido por las políticas de los Estados, tarde o temprano los gobiernos tendrán que ponerse de acuerdo para asumir sin ambigüedades el cuidado del Planeta.
Dora Davison