El film Cloud Atlas - La
Red Invisible en nuestro país - dirigido
por Tom Tykwerde y los hermanos Andy y
Lana Wachowski (los creadores de Matrix) es una adaptación de la novela
homónima escrita por David Mitchel, una obra “imposible de llevar al cine” para
muchos críticos.
La compleja (pero no
complicada) trama de esta película pone en primer plano las interconexiones (la red invisible) entre
el pasado, el presente y el futuro de cada individuo o grupo humano cuyo
destino pareciera ser “cometer siempre el
mismo error”. Una mirada desde una perspectiva más amplia conduce a que la
historia misma de la humanidad pareciera arrastrar tal condena.
A mi entender no hace falta recurrir a la
re-encarnación, como lo hacen los directores, para ver cómo estamos
interconectados los unos con los otros en el presente, con nuestros antecesores
del pasado y con quienes nos seguirán en el futuro.
Las
consecuencias prácticas de vivir en un mundo globalizado, interconectado no
sólo entre los humanos, sino también entre éstos y la naturaleza que nos rodea,
hoy son una evidencia cotidiana para la mayoría de nosotros (cae la bolsa en
Tokio y…; se talan los árboles en el Amazonas y se inundan las poblaciones que
pertenecen a ese ecosistema y más, etc.).
De igual forma las interconexiones a través de la historia
- especialmente cuando se trata de tender un puente conductor con el pasado no
inmediato o medir las consecuencias de nuestras acciones en un futuro lejano - si
bien no son un tema tan palpable, tampoco se nos escapan. Al punto de que la
sabiduría popular se pregunta: “¿Cuál
hubiera sido nuestro destino si Cleopatra hubiera sido fea?”.
El film - siempre a mi
entender - pierde fuerza e interés cuando recurre “al dejá vu” de otras vidas pasadas
para explicar el encadenamiento de los sucesos. No hace falta. Las seis
historias que componen Cloud Atlas contadas al unísono, sin una cronología
lineal y, con los mismos actores apareciendo en distintos momentos históricos, muestran
cómo cada acto individual contribuye a la construcción de una historia en la
que cada suceso está encadenado con el anterior y configura el siguiente
haciéndonos ineludiblemente responsables por el devenir de esa historia. “Nuestra vida no es nuestra - son las
palabras legadas por Sonmi, un antepasado a quién la gente del valle venera creyendo que era un dios - de la cuna a la tumba estamos conectados
con los demás. En el pasado y en el futuro. Y con cualquier crimen y con cada
buen hecho componemos nuestro futuro”.
“Con cada ofensa, con cada acto bondadoso creamos nuestro futuro”. Este
discurso es potente por sí mismo.
El tema de las “puertas”
me parece otro hallazgo central del film, no suficientemente destacado.
Es sabido por los aportes de la neurobiología moderna
que debido a nuestra conformación biológica no podemos conocer la realidad “tal
cual es”. Entonces, llenamos este bache atribuyendo significados a las cosas,
creando realidades a través del consenso y construyendo con los otros el mundo
en que vivimos como individuos y como humanidad. Pero, es cotidianamente notorio
que no todos construimos la misma realidad, y su consecuencia inmediata es que a
menudo nos trabamos en acaloradas discusiones arrogándonos la posesión de “La verdad”. Aun así, también salta
a la vista que algunas realidades son mejores que otras para vivir. La ciencia
misma no escapa a este acontecer y hace tiempo que ha debido aceptar que sus
formulaciones son tan sólo argumentos explicativos pasibles de ser cambiados.
“La verdad es
singular” dice uno de los personajes del film. Lo interesante es que cada
vez que tenemos la valentía de cuestionar nuestra verdad singular o
consensuada, se “abre una puerta”. Cuando en un interrogatorio se le pregunta a
este mismo personaje si cree en el cielo o en el infierno, responde: “Creo que la muerte es sólo una puerta, si
creo en el cielo se cierra una puerta y se abre otra…”. Efectivamente, el
apego incuestionable a nuestras apreciadas creencias y valores, nos mantiene
inmersos en un mundo confiable en el sentido de que sabemos de antemano cómo
actuar y pensar; pero cada vez que nos animamos a revisar nuestras ideas y cambiamos
nuestra interpretación de los hechos o de la realidad en que vivimos, se abre una
puerta. En términos del neurobiólogo Humberto Maturana – “se abre un espacio para nuevas
acciones y reflexiones”;
esto es: un mundo nuevo de posibilidades de acción. Vivimos en mundos
interpretativos. Toda interpretación abre o cierra puertas, abre o cierra determinadas
posibilidades de acción en la vida y en razón de ello, las interpretaciones son
poderosas.
En otro momento del film, Zachry - un tribal interpretado
por Tom Hanks – dice: “Nuestras vidas y
nuestras decisiones al igual que las trayectorias cuánticas se entienden
momento a momento. En cada encrucijada, cada encuentro sugiere una nueva
dirección potencial”. Si bien es cierto que tomamos nuestras decisiones (o al menos deberíamos tomarlas) en relación a un contexto determinado
por las circunstancias presentes, por nuestras experiencias pasadas y por
nuestra responsabilidad respecto al futuro, también es cierto que como en las
trayectorias cuánticas, interviene siempre un elemento de azar e incertidumbre en
la toma de cada decisión. Y también es cierto, que cuando nos animamos a
alejarnos de lo conocido, de lo estable se abre ante nosotros la posibilidad de
elegir entre varios futuros posibles, tal como ha sido demostrado en la Teoría
Evolutiva de los Sistemas Alejados del Equilibrio Termodinámico (Ilya
Prigogine) y luego aplicada a los sistemas sociales (Erwin Lazlo y otros).
El cine quizás sea una de las expresiones artísticas
más completas y populares, a la vez que un reflejo del modo de pensar de una
sociedad y una época. Afortunadamente su nacimiento se remonta ya a varias
décadas, lo que nos permite individualizar la aparición de ciertas temáticas
hasta ese momento ausentes. El tema de las “puertas” como accesos a otros espacios
de acción diferente aparece en otros films, aunque por ahora dentro del género
de ciencia ficción. Pareciera que el cine se hiciera eco de un modo vanguardista
de pensar que nos indica que además de construir
realidades - como lo hizo El Origen[1]
– debemos “abrir puertas” si queremos vivir más plenamente o simplemente de
otro modo. Es innegable, por hoy, que un gran número de personas viven en “mundos sin puertas” encerradas en un
destino que no desean, por lo que celebro que desde la pantalla seamos
advertidos de su
existencia.
Dora Davison
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario, gracias por participar.