Psic. Maria Betina Murialdo
Monografía
destacada. Curso on line, “Prevención del Divorcio Destructivo"
INTRODUCCIÓN
Este artículo
instala su foco en la situación de las familias en proceso de separación o
divorcio, específicamente en el campo de las relaciones entre los padres y
entre éstos y sus hijos.
Partimos de la
idea según la cual la organización familiar post divorcio implica una
estructura distinta, llamada familia binuclear, que requiere para ser viable,
el ejercicio de la coparentalidad, esto es, que los padres sean “socios” en la
crianza de los hijos. En este sentido, enfatizamos la importancia de lograr una
actuación conjunta y colaborativa de parte de ambos progenitores para el
desarrollo de las funciones parentales, en vistas a reorganizar la familia, de
manera que se resguarde el crecimiento pleno de los hijos. Ello no significa
que se descuiden las necesidades y demandas de los adultos, al contrario,
aquellos progenitores que se desempeñan bien con sus hijos logran un mejor
ajuste tras la separación. (Isaac,M; Montalvo,B; Abelsohn,D, 2009). Compartir
la responsabilidad de la crianza sitúa el marco de acción a la luz de “los
mejores intereses de los niños”, neutralizando rivalidades, actitudes
defensivas y disputas judiciales que se generan en torno a los hijos.
Sólo si los
adultos son capaces de asociarse constructivamente –como padres, pero también
como comunidad y Estado - se asegura el buen trato hacia los hijos. En palabras
del Dr. Jorge Barudy, “se garantiza la satisfacción de las necesidades
infantiles y el respeto a sus derechos”, tantas veces ignorados o manipulados
en los procesos de divorcios controversiales.
Acompañar a las
familias en procesos de separación y divorcio desde nuestro rol de operadores
familiares (psicólogos, abogados, trabajadores sociales, etc), implica basar
nuestro accionar en la convicción de que los padres pueden proteger a sus hijos
y establecer acuerdos pragmáticos a pesar de la crisis que afrontan. Desde esta
perspectiva, nuestra intervención deja de ser meramente asistencial para
convertirse en preventiva y generadora de resiliencia.
COPARENTALIDAD Y DIVORCIO
La separación de
la pareja conyugal se configura como una crisis que involucra a todo el grupo
familiar.
Rápidamente, se
instala una situación con carácter de paradoja. Ésta puede definirse como un
razonamiento que conduce a dos enunciados mutuamente contradictorios, de tal
modo que ninguno de los dos puede ser abandonado. Es decir, si bien el
razonamiento conduce a dos proposiciones inconciliables entre sí, pueden
coexistir. ¿Qué paradoja se instala, entonces, en las situaciones de divorcio?
Los ex cónyuges deben “desprenderse, soltarse, distanciarse” como pareja, a la
vez que “unirse, acoplarse, articularse” como padres. Dos procesos que
necesitan coexistir; los adultos no pueden optar por una u otra tarea, si ello
ocurre la crisis se inscribe como catástrofe.
“El divorcio
plantea exigencias extremas”, en tanto implica esta compleja operatoria de
“exclusión – inclusión” del otro: ruptura del vínculo como cónyuges, dando
lugar a un proceso de duelo y tránsito por toda una gama de sentimientos
(enojo, ira, tristeza, pérdida, culpa, alivio, entre otros) y al mismo tiempo
construcción del vínculo como padres durante y después de la separación.
“Del
reconocimiento y aceptación de esta complejidad, depende en gran medida el
camino que sigan los otros vínculos familiares y el lugar que ocupen los hijos”
. El gran desafío es poder colocar por encima de los propios intereses, los
intereses de los hijos. Atenderlos, cuidarlos, protegerlos, educarlos, aún en
condiciones de adversidad, tal como lo es una situación de separación o
divorcio.
“[…] Diferentes
formas de familias, con estructuras y dinámicas relacionales diferentes, pueden
brindar a los niños la misma calidad de cuidados, protección y educación. Lo
decisivo para crecer sanos está en la naturaleza de las relaciones y no en la
forma que adopte la familia.” (Dra. Dora Davison)
Si bien la
experiencia del divorcio resulta una situación traumática para los hijos debido
a la ruptura de la estructura familiar y a los sentimientos de pérdida, el
impacto emocional que puede producir en ellos depende de diversos factores:
a) Conducción del
conflicto conyugal antes y después de la separación, es decir, si los padres
involucran o no a sus hijos en las disputas y querellas entre ellos, o si luego
de la separación, los instrumentan como “mensajeros”, “rehenes”,
“oyentes/espectadores” de las ofensas o humillaciones que se propinan sus
padres.
b) Habilidades de
los padres para asociarse en la crianza de sus hijos más allá de la disolución
de la pareja conyugal. Si los padres comprenden que el bienestar de sus hijos
aún debe constituir un interés común luego de la separación, se esforzarán para
alcanzar una comunicación respetuosa entre ellos, centrada en los hijos, lo
cual permitirá negociar las diferencias de criterio cuando éstas se presenten.
c) Grado de
deterioro del nivel de vida, dificultades económicas que generalmente produce
la separación.
d) Situaciones
estresantes que pueden acompañar la separación: mudanzas, cambio de escuela y/o
de barrio, conformación de una nueva pareja en uno u otro padre, etc.
e) Capacidad de
los padres para transitar el divorcio.
f) Información
que poseen los padres acerca de cómo ayudar a sus hijos en esta etapa. Las
reacciones de los niños dependen de su edad y nivel de desarrollo adquirido,
sus necesidades únicas, la continuidad o no de la relación entre los padres,
los acuerdos o desacuerdos entre éstos, las explicaciones recibidas ante la
separación o los silencios, la participación de otros adultos y sistemas
(familia extensa, maestros, psicólogos, abogados, jueces, equipos técnicos,
etc). La orientación, asesoramiento y acompañamiento que reciban los padres en
esta etapa resultará fundamental en la
tramitación emocional de la crisis que puedan realizar los hijos.
Como vemos, el
impacto emocional del divorcio en los hijos depende básicamente de la capacidad
de los adultos para diferenciar entre los procesos de desprendimiento del
vínculo conyugal y los de reformulación del parental, y de la no interrupción
del ejercicio de las habilidades y competencias parentales para asegurar el
cumplimiento de las funciones de nutrición y socialización.
Actualmente
existen suficientes investigaciones y experiencias clínicas para afirmar que el
divorcio en sí mismo no constituye para los hijos una fuente de patología o
conducta problemática severa y sostenida en el tiempo. Los síntomas que suelen
presentar como respuesta a la crisis, generalmente son moderados y
transitorios. Lo que daña gravemente a los hijos –y a veces de modo permanente-
es la involucración de los mismos en el conflicto conyugal, situación
característica en la configuración de un “divorcio destructivo” (Glasserman,
María Rosa) o “divorcio difícil” (Isaac, Marla; Montalvo, Braulio; Abelsohn,
David) en los cuales resulta gravemente perturbado el ejercicio efectivo de la
coparentalidad.
PARENTALIDAD BIENTRATANTE
La parentalidad
bientratante en procesos de divorcio es ejercida por aquellos adultos que han
logrado disolver su vínculo de pareja sin divorciarse de sus hijos. Implica el
pleno desempeño de sus competencias parentales, entendiendo por tales las
capacidades prácticas que tienen los padres para cuidar, proteger y educar a
sus hijos, asegurándoles un desarrollo suficientemente sano. Ser capaces de
conectarse, comprender y satisfacer las necesidades fundamentales de sus hijos,
que son múltiples y evolutivas, precisamente en un momento de “turbulencias”
relacionales.
Una parentalidad
bientratante implica ofrecer a los hijos:
1. Espacios
afectivos que brinden contactos corporales, mensajes verbales y gestuales que
transmitan validación personal al niño/adolescente y que los confirmen como persona singular con sus
propios rasgos, capacidades, debilidades y sentimientos. Espacios lúdicos y
espacios de aprendizaje en un clima de respeto y afecto.
2. Estabilidad,
es decir, continuidad a largo plazo de las relaciones afectivas necesarias para
el desarrollo integral.
3. Disponibilidad.
Estar presente, “ubicable”, cumplir los compromisos adquiridos con los hijos.
4.Capacidad para
mostrar satisfacción por los logros de los hijos.
5.Coherencia. Si
los padres pueden dar un sentido coherente a sus acciones, los hijos pueden dar
sentido a sus propios comportamientos. Se ordena el caos familiar. Ya hemos
hecho referencia a la importancia de explicar a los hijos el porqué de la
separación.
6.Parentalidad
competente en tanto minimiza los efectos del divorcio en los hijos e
indirectamente en los padres.
Cuando la
familia presenta dificultades para lograr una organización post divorcio
viable, que promueva el ejercicio de una parentalidad bientratante y
resiliente, la intervención de profesionales se hace indispensable para
influenciar positivamente las competencias parentales, ya sea reforzándolas o
promoviendo su adquisición en los casos que así se requiera.
Ahora bien, si como operadores familiares
(psicólogos, abogados, jueces, trabajadores sociales, etc.) nos identificamos
sólo con el sufrimiento de los ex cónyuges que transitan la crisis del
divorcio, y desatendemos el dolor –muchas veces silencioso, “invisible”- de los
hijos, estaremos actuando de modo isomórfico respecto de estos padres que,
centrados en sus propias necesidades e inundados emocionalmente, no pueden
empatizar con las necesidades de sus hijos. Nuestra intervención, entonces,
lejos de constituir una instancia que permita progresivamente recomponer el
diálogo entre los distintos subsistemas familiares, dando oportunidad a la
construcción de un plan parental, propicia un fenómeno llamado “más de lo
mismo”, según el cual generamos ciertos cambios en el sistema pero no
modificaciones de orden cualitativo. En esta dirección, replicamos a nivel del
espacio terapéutico las disfunciones que acontecen a nivel familiar: visión
reduccionista a “inocentes y culpables”, escucha parcializada, evaluación
individual, ausencia de detección del sufrimiento en los hijos, falta de
comunicación, desacoples entre el sistema terapéutico y demás sistemas
intervinientes…
A MODO DE CONCLUSIÓN
La prevención
del divorcio destructivo debe anclarse en una alianza parental que promueva
contextos de cuidado y buen trato a los hijos.
La crisis que
vivencia una familia del divorcio puede ser entendida como una oportunidad de
crecimiento para niños y adolescentes, siempre y cuando los hijos encuentren en
sus padres el apoyo necesario para afrontarla y darle un sentido.
BIBLIOGRAFÍA
- Abelleira, Hilda; Delucca, Norma: “Clínica forense en
familias. Historización de una práctica”. 1º ed. Buenos Aires. Lugar Editorial,
2004.
- Azar de Sporn, Selma. “Terapia sistémica de la resiliencia:
abriendo caminos, del sufrimiento al bienestar”. 1º ed. Buenos Aires: Paidós,
2010.
- Barudy, Jorge: “Los buenos tratos y la resiliencia infantil
en la prevención de los trastornos del comportamiento”. Conferencia. Disponible
en: http://infanciacapital.montevideo.gub.uy/materiales/BARUDY_Competencias_parentales.pdf
- Davison, Dora. Bibliografía correspondiente al curso on
line: “Prevención del divorcio destructivo.” Familias21 internacional. 2013
- Isaac, Marla; Montalvo, Braulio; Abelsohn, David. “Divorcio
difícil. Terapia para los hijos y la familia”. Amorrortu editores. 2º ed.
Buenos Aires, 2009.
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